Por Raquel Aldana, 27 julio, 2016

Te quiero, incluso cuando no te lo mereces, aunque te parezca increíble y a veces injusto… Da igual, no me preguntes la razón por la que querría quedarme contigo; simplemente todo es mejor si tú estás.

A veces pienso en que lo mejor es darme la vuelta e irme a casa, pero es que casa eres tú. Tú, que hueles a hogar, que eres un hermoso desastre. Me haces sonreír entre tinieblas y entonces siento la necesidad de quedarme a vivir en tus ojos.

Porque los errores que cometes me dicen que eres tú y tu lado más humano en una pugna por la metedura de pata. Porque sé que tienes conciencia y que no tardarás en atormentarte por errar y mostrar tu versión más imperfecta.

Todos mis yos futuros se ven contigo

Sí, conozco el precio de la incondicionalidad porque he visto de cerca el abismo. A veces sientes aquello de que no puedes abrir una puerta porque estás mirando continuamente a la vieja.

Pero siempre hay un entonces, un algo que me recuerda la riqueza de permanecer, de atarme a lo que tenemos, de ser el amor, la vida en dos. No creo en lo inadecuado porque estoy convencida de que lo que nos hace personas muchas veces es cometer errores.

Entonces llega el “pero” que tanto buscaba y siento la necesidad de guardarte, de quererte ante todo y contra todo. Simplemente porque te lo mereces.

No es un pacto ni un regalo, me quedo a tu lado porque quiero y porque te quiero, aunque a veces ambos sabemos que quizás no te lo merezcas. Pero ni siquiera yo me lo merezco, al menos no siempre.

Es un toma y daca, un intercambio; pero quedarse no entiende de definiciones. Ni siquiera a veces tenemos razones, somos así de aficionados al masoquismo. Pero eso nos ayuda a sembrar, a recoger, a ser ambiguos y a creer en que lo que hacemos va más allá de la razón.

Para volar necesitamos espacio

Para desplegar nuestras alas necesitamos espacio. Un hueco más o menos amplio. Porque al fin y al cabo consiste en tener razones para volar y motivos para quedarnos.

Así, aunque no es fácil, la construcción de una relación enriquecedora y cálida depende de si cada uno tiene un tiempo reservado para tejer sus alas, lavarlas, cuidarlas, mimarlas y echar a volar. O sea, que no exista la coacción, solo la libertad.

Yo me quedo a tu lado a pesar de tus torpezas y de tus desplantes, porque estoy en las buenas y en las malas, porque siempre quiero verte sonreír, porque somos personas de valores, porque dejamos de lado el egoísmo y nuestro interés es siempre sincero.

No te voy a echar en cara lo que duele recordar y no te ahogaré con miradas de castigo. Siempre intentaré ayudarte a recuperar el aliento a través de nuestra complicidad. Te perdono la impuntualidad en mi vida y te espero al otro lado para que cruces el río del sacrificio, del desafío y del cansancio.

Somos personas con defectos y virtudes

Soy tu mano amiga, tu hombro para llorar y siempre espero el momento para abrazarte otra vez. Porque, como dijo Benedetti, puedes contar conmigo; no hasta dos o hasta diez, sino contar conmigo.

En las buenas, en las malas y en las peores. Te quiero aunque no lo merezcas porque sé que es cuando más me necesitas, cuando tu mundo se desmorona, cuando te arrepientes, cuando te sientes ridículo, cuando piensas que te ha ganado la estupidez, cuando te desapruebas y te atormentas.

Sé que para perdonarte necesitas también de mí y de mi confianza para que no se envuelva de negrura tu mundo. No tienen sentido los reproches que acechan, ni las zancadillas que entorpecen el camino; sí que cobran relevancia las manos que ayudan y las orejas que escuchan.

Porque en que te quiero están todos los matices que nos definen y que explican la razón por la que quedarme aun conociendo tu peor versión es mi mejor alternativa. Y es que sé que cuando yo falle tú también permanecerás.

Porque somos humanos con demonios, con fantasmas y con miedos y por eso no nos podemos castigar.