El atractivo físico siempre atrae, llama la atención y deslumbra, sin embargo, solo la personalidad llega al corazón y enamora. Es ella quien nos confiere carácter, fuerza, tenacidad y esa seducción que llega al alma y que afianza el vínculo de las almas gemelas, de esas personas que ven lo que es invisible a los ojos.
Son muchos los libros, cursos y estudios que nos intentan revelar cuál es el tipo de pareja afectiva que más nos conviene en base a nuestra personalidad. Ahora bien, si hay algo que todos sabemos es que nadie puede ir con «filtro mental» intentando seleccionar quien sí y quién no. El amor no suele pedir cita previa, simplemente llega, y lo hace a menudo con un «pack» bien completo: con un tipo de personalidad, un pasado, unos valores y una identidad.
«Solo con quien te ama puedes mostrarte débil, sin provocar una reacción de fuerza»
-Theodor W. Adorno-
Amor y enamoramiento
Podríamos decir entonces que en lo que se refiere al enamoramiento tenemos un nivel de control bastante bajo. Sin embargo, no es del todo cierto. Tanto es así, que la propia Helen Fisher, conocida antropóloga de la Universidad de Rutgers de New Jersey nos explica algo muy concreto: amor y atracción son dos cosas muy distintas, pueden ir juntas, no hay duda, pero requieren procesos distintos.
La atracción es instintiva. Nos basta mucho menos de un segundo para saber si una persona nos atrae o no. Sin embargo, el AMOR -en mayúsculas- y la consolidación del mismo, requiere atravesar unos estratos más profundos, ahí donde la personalidad es a menudo la gran seductora y ese mapa del tesoro donde hallar a la pareja idónea.
Desde la psicología budista, el enamoramiento podría definirse como un estado de apego hacia nuestras expectativas. Realmente no nos enamoramos de la otra persona, sino de las expectativas que nos formamos sobre su forma de ser y sobre cómo sería nuestra vida a su lado. De esta forma, cuando pasa un tiempo y vemos que no responde a lo que esperábamos, nos sentimos desilusionados y abandonamos la relación.
Sin embargo, cuando la relación sigue y comenzamos a conocer y a aceptar a la otra persona, comienza el amor genuino. Un amor que busca la felicidad el otro y no que el otro nos haga feliz. Para el budismo, el amor auténtico es el que mira por los demás. Sin embargo, si nuestra actitud es la de esperar que nos hagan felices, estaremos cayendo en una relación de apego.
El atractivo psicológico: creando conexiones
Todos hemos crecido a las buenas y a las malas en esto del amor. Con el tiempo se aprende que no todo lo hermoso es bueno, y que un rostro atractivo no garantiza el que una persona esconda un corazón excepcional lleno de nobleza. El sesgo de la atribución a la belleza como sinónimo de bondad es algo que sigue muy presente en nuestra sociedad. Así nos lo revelan varios estudios como el publicado en la revista «Journal of Personality and Social Psychology».
Ahora bien, a pesar de nuestra experiencia en el mundo de las relaciones afectivas, el aspecto físico no deja de jugar un papel relevante en muchas de ellas. Esto no es malo, en absoluto; sin embargo, y aquí llega la auténtica magia del cerebro humano, lo que nos es significativo a la hora de enamorarnos de alguien son las conexiones psicológicas establecidas con esa persona en concreto.
Conectar con alguien es sentir el impacto de una emoción inesperada. Es una palabra dicha a tiempo. Un gesto y una mirada que atiende y envuelve. Una experiencia compartida donde quedan demostrados unos mismos valores. Reírnos de las mismas cosas y ser cómplices de la comunicación no verbal. Pensar en la misma película al mismo tiempo y notar cómo nos convertimos poco a poco en la prioridad de alguien muy especial.
Las conexiones psicológicas se establecen siempre en base a un patrón determinado de personalidad. Si esos contactos psicológicos y ese patrón de personalidad nos son significativos, nuestro cerebro orquestará al instante la correspondiente fórmula química a base de serotonina, dopamina y oxitocina.
Es como crear una música interna en base a cada nota tocada, como componer una melodía cautivadora que solo dos pueden escuchar.