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La fábula del pendejo

Se cuenta que en una ciudad del interior, un grupo de personas se divertía con el pendejo del pueblo, un pobre infeliz, de poca inteligencia, que vivía haciendo pequeños mandados y limosnas. Diariamente algunos hombres llamaban al pendejo al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una de tamaño grande de 400 reales y otra de menor tamaño, pero de 2000 reales. Él siempre cogía la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risa para todos. Un día, alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente hombre, le llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda de mayor tamaño valía menos y este le respondió: lo sé, no soy tan pendejo. Ella vale cinco veces menos, pero el día que escoja la otra, el jueguito acaba y no voy a ganar más mi moneda. Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero se pueden sacar varias conclusiones: La primera: Quien parece pendejo, no siempre lo es. La segunda: ¿Cuáles eran los verdaderos pendejos de la historia? La tercera: Una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de ingresos. Pero la conclusión más interesante es: 1.- Podemos estar bien, aun cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros mismos. 2.- Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan de nosotros, sino lo que uno piensa de sí mismo. 3.- El verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser pendejo delante de un pendejo que aparenta ser inteligente. Autor: Por conocer

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Laura Restrepo – Delirio

Nombre: Delirio Autor: Laura Restrepo Año: 2004 País: Colombia Laura Restrepo, periodista de oficio, filósofa y escritora de profesión, militó durante cuatro años en el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) de Argentina. En Colombia jugó un rol de importancia en la evolución del proceso de paz como facilitadora en la negociación entre el gobierno y el M-19 en 1986. De aquella experiencia nace la novela Historia de una traición (1989) – que posteriormente fuera renombrada Historia de un entusiasmo – su primer intento por retratar, a través de la novela, su visión de la realidad política en Colombia.. Delirio consta de cuatro historias engarzadas entre sí, sesenta y seis fragmentos, y cuatro voces narrativas distintas: la historia de Agustina, la historia de Midas McAlister, lavador de dólares que reside en Bogotá en la década de los años ochenta; la historia de Aguilar, el novio de clase media de Agustina; y la historia de Nicolás Portulinus, difunto abuelo de Agustina. En conjunto estas historias forman parte de un objetivo superior: el intento narrativo de explicar la causa de la locura de Agustina. La historia de Portulinus funciona literariamente como una representación de la herencia familiar de Agustina: se alude a que el delirio mental de Agustina sea, parcialmente, una consecuencia de condiciones genéticas y no sólo psicosociales. La narración muestra que Portulinus, al igual que Agustina, sufre de una enfermedad mental. Además de narrar el delirio y la búsqueda de la causa de la enfermedad de Agustina, el discurso de Aguilar, Agustina y Midas funcionan como puentes que ayudan al lector a transportarse entre los diferentes códigos sociales vigentes en la clase aristocrática bogotana y en la clase emergente de los jefes del narcotráfico de la época. En estas cuatro narraciones se incluye además una presentación literaria de las apariencias (el qué dirán) representada principalmente por la familia Londoño. Las narraciones de Midas y Aguilar incorporan también una presentación literaria de la situación sociopolítica y económica de la realidad colombiana contemporánea. La narración personal de Agustina presenta al mismo tiempo la historia de su infancia, poniendo énfasis especial en las relaciones familiares. A medida que avanza la narración, Restrepo agrega elementos que pueden conducir al lector a pensar que la enfermedad mental de Agustina puede ser una consecuencia del mal funcionamiento de las relaciones sociales y culturales dentro de la clase social a la que pertenece la protagonista. A mi entender, las cuatro narraciones complementan la imagen de la protagonista Agustina y, sobre todo, muestran la causa de su enfermedad. Aunque, paralelamente, reflejan la situación social y política colombiana. Historia de Aguilar. Aguilar el esposo de Agustina se había ido de viaje durante tres días a Pereira con sus hijos de su antigua relación que fue con Martha Elena, mas adelante le llega un mensaje a Aguilar el cual decía que debía recoger a su esposa en el hotel Wellington, entonces al ir a la habitación donde se encontraba Agustina le abre la puerta un moreno que iba saliendo de la habitación, entones el no reconoce a la persona que acababa de salir y encuentra a su esposa mirando acacias por la ventana, en ese momento Agustina se encontraba delirante y enloquecida. Aguilar era profesor de literatura de una universidad y conoce a Agustina ya que ella le pide ayuda para realizar su autobiografía, pero el decide no ayudarle ya que la autobiografía debe ser realizada por uno mismo y no deben intervenir terceros, pero al final se terminan enamorando a pesar de que el era casi el doble de años mayor, cabe aclarar que Eugenia la madre de Agustina nunca estuvo de acuerdo con la relación ya que decía que el no estaba a la altura de su hija (socialmente). La locura de Agustina era de un momento a otro, ella algunas veces reconocía a Aguilar y en otros momentos lo trataba como todo un desconocido. Finalmente Aguilar decide llevarse a su esposa a la casa, luego llega la tía Sofi que venia desde México fue a vivir con ellos al enterarse de lo que le había sucedido a su sobrina Agustina, y decide ayudarle. Entonces Aguilar tratando de buscar el porque del estado de su mujer le pregunta a la tía Sofi sobre la infancia de Agustina, entonces ella le cuenta que Agustina tiene dos hermanos mas, uno mayor que era Joaco y el menor que era Carlos Vicente Júnior y el decían “el bichi”, el cual tenia tendencias homosexuales. Carlos Vicente Londoño padre de Agustina golpeaba a “el bichi” ya que le tenia rabia por sus tendencias sexuales y porque casi no se parecía a el sino que se parecía mas a la mamá, hasta que un día le dio una patada en la espalda, entonces el fue para la habitación de Agustina y baja con unas fotos de la tía Sofi medio desnuda, estas habían sido tomadas por Carlos Vicente, y muestra las fotos a toda la familia. La mamá le hecha la culpa a Joaco tan solo para encubrir al esposo y Juaco termina aceptando toda la responsabilidad, entonces frente a todo esto bichi decide irse de la casa y la tía Sofi lo acompaña y terminan viajando para México. Después de que la tía Sofi le contara todo esto, Aguilar decide ir para el hotel para poder averiguar acerca del hombre que se encontraba con Agustina, entonces trata de reservar la habitación donde se encontraba Agustina hace un tiempo pero la recepcionista llamada Anita, el le dice a la recepcionista y logra conseguir la ayuda de ella y una habitación muy cercana a la que se encontraba Agustina, pero al ella ayudarle lo hace con segunda intención, era tan solo para acostarse con el, pero el no le pone atención por el amor que le tenia a Agustina, aunque el también se vio tentado por ella. Luego el fue a comer con Anita ya que se habían puesto una cita en Don Conejo y como iban muchas personas del hotel donde ella trabajaba

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Tomás Carrasquilla – En la diestra de Dios Padre

Este dizque era un hombre que se llamaba Peralta. Vivía en un pajarate muy grande y muy viejo, en el propio camino real y afuerita de un pueblo donde vivía el Rey. No era casao y vivía con una hermana soltera, algo viejona y muy aburrida. No había en el pueblo quién no conociera a Peralta por sus muchas caridades: él lavaba los llaguientos; él asistía a los enfermos; él enterraba a los muertos; se quitaba el pan de la boca y los trapitos del cuerpo para dárselos a los pobres; y por eso era que estaba en la pura inopia; y a la hermana se la llevaba el diablo con todos los limosneros y leprosos que Peralta mantenía en la casa. «¿Qué te ganás, hombre de Dios –le decía la hermana–, con trabajar como un macho, si todo lo que conseguís lo botás jartando y vistiendo a tanto perezoso y holgazán? Casáte, hombre; casáte pa que tengás hijos a quién mantener». «Cálle la boca, hermanita, y no diga disparates. Yo no necesito de hijos, ni de mujer ni de nadie, porque tengo mi prójimo a quién servir. Mi familia son los prójimos». «¡Tus prójimos! ¡Será por tanto que te lo agradecen; será por tanto que ti han dao! ¡Ai te veo siempre más hilachento y más infeliz que los limosneros que socorrés! Bien podías comprarte una muda y comprármela a yo, que harto la necesitamos; o tan siquiera traer comida alguna vez pa que llenáramos, ya que pasamos tantos hambres. Pero vos no te afanás por lo tuyo: tenés sangre de gusano». Esta era siempre la cantaleta de la hermana; pero como si predicara en desierto frío. Peralta seguía más pior; siempre hilachento y zarrapastroso, y el bolsico lámparo lámparo; con el fogoncito encendido tal cual vez, la despensa en las puras tablas y una pobrecía, señor, regada por aquella casa desde el chiquero hasta el corredor de afuera. Figúrese que no eran tan solamente los Peraltas, sino todos los lisiaos y leprosos, que se habían apoderao de los cuartos y de los corredores de la casa «convidaos por el sangre de gusano», como decía la hermana. Una ocasioncita estaba Peralta muy fatigao de las afugias del día, cuando, a tiempo de largarse un aguacero, arriman dos pelegrinos a los portales de la casa y piden posada: «Con todo corazón se las doy, buenos señores –les dijo Peralta muy atencioso–; pero lo van a pasar muy mal, porqu’en esta casa no hay ni un grano de sal ni una tabla de cacao con qué hacerles una comidita. Pero prosigan pa dentro, que la buena voluntá es lo que vale». Dentraron los pelegrinos; trajo la hermana de Peralta el candil, y pudo desaminarlos a como quiso. Parecían mismamente el taita y el hijo. El uno era un viejito con los cachetes muy sumidos, ojitriste él, de barbitas rucias y cabecipelón. El otro era muchachón, muy buen mozo, medio mono, algo zarco y con una mata de pelo en cachumbos que le caían hasta media espalda. Le lucía mucho la saya y la capita de pelegrino. Todos dos tenían sombreritos de caña, y unos bordones muy gruesos, y albarcas. Se sentaron en una banca, muy cansaos, y se pusieron a hablar una jerigonza tan bonita, que los Peraltas, sin entender jota, no se cansaban di oirla. No sabían por qué sería, pero bien veían que el viejo respetaba más al muchacho que el muchacho al viejo; ni por qué sentían una alegría muy sabrosa por dentro; ni mucho menos de dónde salía un olor que trascendía toda la casa: aquello parecía de flores de naranjo, de albahaca y de romero de Castilla; parecía de incensio y del sahumerio de alhucema que le echan a la ropita de los niños; era un olor que los Peraltas no habían sentido ni en el monte, ni en las jardineras, ni en el santo templo de Dios. Manque estaba muy embelesao, le dijo Peralta a la hermana: «Hija, date una asomaíta por la despensa; desculcá por la cocina, a ver si encontrás alguito que darles a estos señores. Mirálos qué cansaos están; se les ve la fatiga». La hermana, sin saberse cómo, salió muy cambiada de genio y se fué derechito a la cocina. No halló más que media arepa tiesa y requemada, por allá en el asiento di una cuyabra. Confundida con la poquedá, determinó que alguna gallina forastera tal vez si había colao por un güeco del bahareque y había puesto en algún zurrón viejo di una montonera qui había en la despensa; que lo qu’era corotos y porquerías viejas sí había en la dichosa despensa hasta pa tirar pa lo alto; pero de comida, ni hebra. Abrió la puerta, y se quedó beleña y paralela: en aquel despensón, por los aparadores, por la escusa, por el granero, por los zurrones, por el suelo, había de cuanto Dios crió pa que coman sus criaturas. Del palo largo colgaban los tasajos de solomo y de falda, el tocino y la empella; de los garabatos colgaban las costillas de vaca y de cuchino; las longanizas y los chorizos se gulunguiaban y s’enroscaban que ni culebras; en la escusa había por docenas los quesitos, y las bolas de mantequilla, y las tutumadas de cacao molido con jamaica, y las hojaldras y las carisecas; los zurrones estaban rebosaos de frijol cargamanto, de papas, y de revuelto di una y otra laya; cocos de güevos había por toítas partes; en un rincón había un cerro de capachos de sal de Guaca; y por allá, junto al granero, había sobre una horqueta un bongo di arepas di arroz, tan blancas, tan esponjadas, y tan bien asaítas, que no parecían hechas de mano de cocinera d’este mundo; y muy sí señor un tercio de dulce que parecía la mismita azúcar. «Por fin le surtió a Peralta –pensó la hermana–. Esto es mi Dios pa premiale sus buenas obras. ¡Hasta ai víver! Pues, aprovechémonos». Y dicho y hecho: trajo el

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Vladimir Nabokov – Lolita

Nombre: Lolita Autor: Vladimir Nabokov Año: 15 de septiembre de 1955 País: Francia Nabokov el autor de Lolita. Nacido en 1899, en San Petersburgo, en una familia de la aristocracia rusa —su abuelo paterno había sido ministro de Justicia de dos zares y su padre un político liberal al que asesinaron unos extremistas monárquicos, en Berlín—, Vladimir Vladimirovich Nabokov había recibido una educación esmerada, que hizo de él un políglota. Tuvo dos niñeras inglesas, una gobernanta suiza y un preceptor francés, y estudió en Cambridge antes de expatriarse, con motivo de la revolución de octubre, a alemania. Aunque su libro más audaz (Pale Fire) sólo saldría en 1962, cuando apareció Lolita el grueso de la obra de Nabokov estaba ya publicado. Había sido escrita al principio en ruso, luego en francés y, finalmente, en inglés. Su autor, que, luego de Alemania, vivió en Francia, optó finalmente por los Estados Unidos, donde se ganaba la vida como profesor universitario y practicaba, en los veranos, su afición segunda: la entomología, especialidad lepidópteros. Tenía publicados algunos artículos científicos y era el primer descriptor, por lo visto, de tres mariposas: Neonympha Manióla Nabokov, Echinargus Nabokov y Cyclargus Nabokov. La novela de Vladimir Nabokov fue rechazada por cuatro editoriales y prohibida en varios países cuando finalmente salió, en los años 50. Aunque es reconocida como una obra maestra el tema y su tratamiento generan discusiones. “Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes”. Así comienza Lolita, la novela del ruso nacionalizado estadounidense Vladimir Nabokov (1899-1977), sobre la relación de un hombre de 40 años y su hijastra de 12 años, que vio la luz por primera vez el 15 de septiembre de 1955 en París, tras haber sido rechazada por cuatro editoriales estadounidenses. Antes de la aparición de Lolita, Nabokov había escrito un borrador que titulaba El hechicero -se editó en París en 1939- pero se propuso quemarlo, temeroso de que su esposa Vera diera con el manuscrito, que también tenía como protagonista a un hombre cuarentón obsesionado con una nena de 12. Pero fue sólo a partir de 1958, cuando aparecieron la edición estadounidense y decenas de otras en el resto del mundo, que el libro produjo el impacto que desbordaría considerablemente el número de sus lectores. En poco tiempo, había universalizado un nuevo término, la «lolita», para un nuevo concepto: la niña-mujer, emancipada sin saberlo y símbolo inconsciente de la revolución de las costumbres contemporáneas. En cierto modo, Lolita es uno de los hitos inaugurales, y, también, sin duda, una de sus causas, de la era de la tolerancia sexual, la evaporación de los tabúes entre los adolescentes de Estados Unidos y de Europa occidental que alcanzaría su apogeo en los sesenta. La nínfula (término que por una razón acústica carece de toda la ambigüedad perversa e incitante del neologismo original: the nimphet) no nació con el personaje de Nabokov. Existía, qué duda cabe, en los sueños de los pervertidos y en las ansias, ciegas y trémulas, de las niñas inocentes, y la evolución de los hábitos y la moral la iba cuajando, irresistiblemente. Pero, gracias a la novela, perdió su semblante vago y se corporizó, abandonó su clandestinidad nerviosa y ganó derecho de ciudad. En su versión más explícita, la novela es la confesión escrita de Humbert Humbert, a los jueces del tribunal que va a juzgarlo por asesino, de aquella predilección suya por las niñas precoces, que, creciendo con él desde su infancia europea, alcanzaría su climax y satisfacción en un perdido pueblito de Nueva Inglaterra, Ramsdale. Allí, con la aviesa intención de llegar más fácilmente a su hija Lolita, H. H. desposa a una viuda relativamente acomodada, Mrs. Charlotte Becher Haze. Los días transcurren sin sobresaltos hasta que Charlotte encuentra el diario de su nuevo marido, en que confiesa una y mil veces su obsesión por Lolita. Ofuscada, sale de la casa y muere atropellada por un auto; es a partir de entonces que Humbert –que queda como legítimo encargado de la chica- comienza con ella la convivencia y luego un viaje, por una serie de moteles de Estados Unidos. Los unirá un amor prohibido, aunque a pesar del potencial escabroso del tema (Humbert tiene “extenuantes relaciones sexuales” con su nínfula al menos dos veces al día durante dos años), Nabokov presenta un relato más sugerente que pornográfico, un escenario sensual y provocativo. Al cabo de los dos años, Lolita se fuga con un autor teatral y guionista cinematográfico, Clare Quilty, a quien, luego de una tortuosa búsqueda, Humbert Humbert da muerte. Éste es el crimen por el que va a ser juzgado cuando se pone a escribir el manuscrito que, dentro de la mentirosa tradición de Cidi Hamete Benengeli, dice ser Lolita. Al final de la novela, cuando se encuentra de manera fugaz con Lolita, lo hace para darle el dinero que ella le ha pedido alguna vez para poder vivir con su marido en Alaska, aunque él aún desea a Lolita y no está dispuesto a perderla. Sí, cumplidos los treinta, Dolores Haze, Dolly, Lo, Lo-lita, sigue fresca, equívoca, prohibida, tentadora, humedeciendo los labios y acelerando el pecho de los caballeros que, como Humbert Humbert, aman con la cabeza y sueñan con el corazón. La escena cumbre de la novela no es la primera noche de amor de Humbert Humbert —reducida a su mínima expresión y poco menos que convertida en un dato escondido— sino el demorado y coreográfico asesinato de Clare Quilty. Cráter de máxima concentración de vivencias, alarde de virtuoso que baraja con sabiduría el humor, el dramatismo, el detalle inusitado, todas las certezas que teníamos sobre la realidad ficticia, en esas páginas comienzan a tambalearse, roídas súbitamente por la duda. ¿Qué está ocurriendo allí? ¿Asistimos al diálogo del asesino y su víctima o, más bien, al desdoblamiento pesadillesco del narrador? Es una posibilidad que insinúan las filigranas del texto: que, al fin de ese proceso de desintegración psíquica y moral, derrotado por

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Milan Kundera – El libro de los amores ridículos

Nombre: El libro de los amores ridículos Autor: Milan Kundera Año: 1968 País: Francia El libro de los amores ridículos: El doctor Havel, la enfermera Alzbeta, Eduard, Alice, Klara y una falsa autoestopista son algunos de los inolvidables personajes que se entregan a los múltiples y contradictorios juegos propiciados por la amistad, el amor y el sexo. En un entorno inquisitivo y sofocante, ellos protagonizan siete aventuras, siete encuentros y desencuentros con los que Kundera, con la brillantez que lo caracteriza, incita a una risa traviesa, a un humor sabio, refinado y gozoso. «El encanto erótico se manifiesta más en la deformación que en la regularidad, más en la exageración que en la proporcionalidad, más en lo original que en lo que está hecho en serie, por bonito que sea». Doctor Havel, personaje de El libro de los amores ridículos Pero ese momento es solo un episodio más del fascinante devenir de la familia Mercader, narrado aquí como si de una de las grandes odiseas que caracterizan la novela moderna se tratara, y en el que no es Ramón, sino su madre Caridad, quien emerge como la figura principal de esta convulsa crónica del siglo XX. Nadie se va a reír La obra comienza con el relato de un profesor de arte en la universidad en Praga a quien se le ofrece la posibilidad de escribir una reseña acerca de una investigación científica, el señor Zaturecky. Al margen de esta situación, el profesor mantiene una relación amorosa con Klara, a quien le ha prometido encontrar trabajo como modelo. La situación del profesor comienza a torcerse cuando intenta evitar al científico y su reseña por no decirle que no está dispuesto a reseñarla. Finalmente, el profesor le explica a la señora Zarutecka, mujer del señor Zarutecky, el motivo por el que no quiere reseñar su investigación, y Klara lo abandona como consecuencia de las mentiras constantes realizadas por su amante. La dorada manzana del eterno deseo En este relato, se narra la historia de dos hombres que dedican su tiempo libre a hablar con mujeres y ligar con ellas. Uno de ellos, Martin, se nos presenta como un gran enamorado de su mujer, Jirina pero, al mismo tiempo, es el más mujeriego de los dos. En cambio, el segundo hombre, a pesar de seguir las huellas de Martin, prefiere dedicar el tiempo a la lectura de un libro acerca de la cultura etrusca. A lo largo del relato, se nos va presentando como realmente ocurren esas experiencias de flirteo con las mujeres, y es que Martin nunca llega al final del asunto por estar enamorado de su mujer, y su compañero solo lo sigue en sus juegos amorosos. El falso autoestop El relato trata sobre una pareja que emprende un viaje en sus vacaciones. Se narra como siempre que estos viajan en coche, la mujer de la relación tiene que hacer autoestop porque terminan con el depósito de gasolina. En este viaje no ocurre, pero deciden hacer un juego de roles en el que ella actúa como una autoestopista y el la recoge en su coche. Según avanza la historia van adentrándose en los papeles del juego hasta tal punto que forman personalidades completamente opuestas a las reales. Primero comienza como un juego excitante, pero se va complicando según avanza la historia. Symposion Esta es la única historia que tiene relación con otra del libro, en concreto, con la sexta parte, en la que aparece el doctor Havel. En este relato concreto la historia reside en un hospital, y la estructura es a modo de teatro, separado por actos. En la sala de guardia están reunidos cinco doctores que trabajan en ese hospital, algunos están trabajando y otros aprovechan para charlar. A lo largo de la noche surgen distintas reflexiones sobre el sexo y el amor, además, se presentan distintas historias amorosas entrelazadas que también hacen reflexionar a cada uno de los personajes. Que los muertos viejos dejen sitio a los muertos jóvenes Este relato cuenta la historia de dos personajes que tuvieron una relación amorosa quince años atrás y, desde entonces, no se han vuelto a ver. La mujer viaja todos los años hasta la ciudad en la que él vive para visitar la tumba de su marido, pero en esta última visita se encuentra con que, al no renovar el dinero del hueco en el cementero, han retirado la tumba de su marido y han puesto la de otra persona que ha muerto recientemente. La mujer se queda destrozada porque a sus espaldas carga con la presión de su hijo. Después de darse cuenta de este descuido se encuentra con este viejo amigo con el que tuvo relación hacía quince años, y como tiene una larga espera en el tren que la lleva a casa, el hombre la invita a tomar algo en la suya. A través de conversaciones entre estas dos personas, se van dando cuenta de como han cambiado sus personas pero, a la vez, como conservan gran parte de su esencia. El hombre hace reflexionar a la mujer acerca de la carga de presión que tiene con su hijo, quine no permite que esta rehaga su vida amorosa ni tenga relaciones sexuales con otros hombres. El doctor Havel al cabo de veinte años Esta historia está conectada con la cuarta parte, ya que su protagonista es el doctor Havel, pero esto ocurre veinte años después. La situación del momento del personaje es enfrentándose a las trabas de la edad. De nuevo se refleja el miedo al paso del tiempo y a dejar de ser el joven que un día fue. Esta faceta del doctor Havel hace que se sienta con menos poder ya que, con la edad, no es tan atractivo. El hecho de que su esposa sea más joven pero, a la vez, sea celosa, le hace sentir que a veces tiene momentos de juventud y sigue siendo atractivo. Por la edad también, el doctor tiene que enfrentarse a una serie de tratamientos en un balneario,

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Taylor Jenkins Reid – Los Siete Maridos de Evelyn Hugo

Taylor Jenkins Reid · Ediciones Urano Reseña del libro «Los Siete Maridos de Evelyn Hugo» Evelyn Hugo, el ícono de Hollywood que se ha recluido en su edad madura, decide al fin contar la verdad sobre su vida llena de glamour y de escándalos. Pero cuando elige para ello a Monique Grant, una periodista desconocida, nadie se sorprende más que la misma Monique. ¿Por qué ella? ¿Por qué ahora? Monique no está precisamente en su mejor momento. Su marido la abandonó, y su vida profesional no avanza. Aun ignorando por qué Evelyn la ha elegido para escribir su biografía, Monique está decidida a aprovechar esa oportunidad para dar impulso a su carrera.Convocada al lujoso apartamento de Evelyn, Monique escucha fascinada mientras la actriz le cuenta su historia. Desde su llegada a Los Ángeles en los años 50 hasta su decisión de abandonar su carrera en el espectáculo en los 80 —y, desde luego, los siete maridos que tuvo en ese tiempo— Evelyn narra una historia de ambición implacable, amistad inesperada, y un gran amor prohibido. Monique empieza a sentir una conexión muy real con la actriz legendaria, pero cuando el relato de Evelyn se acerca a su fin, resulta evidente que su vida se cruza con la de Monique de un modo trágico e irreversible. «Fascinante, desgarradora y llena del glamour de la Vieja Hollywood, Los siete maridos de Evelyn Hugo es una de las novelas más cautivantes.» Taylor Jenkins Reid «Taylor Jenkins Reid (Acton, Massachusetts; 20 de diciembre de 1983) es una escritora, productora de televisión y guionista estadounidense. Escribe principalmente romance y sus obras más destacadas son Los siete maridos de Evelyn Hugo y Todos quieren a Daisy Jones. Es escritora de ficción y ensayista, y se licenció en Ciencias de la información en el Emerson College. Su primera novela, Por siempre, unidos, fue definida como «uno de los 11 debuts que adoramos» por Kirkus reviews. Actualmente vive en Los Angeles con su esposo, Alex, y su perro, Rabbit.»

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Clemence Housman – La mujer lobo

Nombre: The were-wolf (La mujer lobo) Autor: Clemence Housman Año: 1896 – En español ha sido traducida un par de veces. La primera para la revista Relatos de Terror y Espanto en 1972, y la segunda, ya en 2007 (y 2011), para un par de antologías de horror de Valdemar. País: Reino Unido Clemence Housman fue una escritora e ilustradora (por medio de grabados), muy activa en los movimientos sufragistas de finales del siglo XIX y principios del XX en el Reino Unido. Hermana del poeta y estudioso A. E. Housman y del dramaturgo, ilustrador y escritor (de cuentos fantásticos) Laurence Housman, vivió casi toda su vida junto a éste último, colaborando a menudo en obras que uno escribía y el otro ilustraba. Su producción literaria es escasa pero de gran importancia. Incluye tan sólo tres obras de cierta extensión: «The were-wolf» (1896), «Unknown sea» (1898) y «The life of Sir Aglovale De Galis» (1905; su única novela, una narración cimentada en las leyendas artúricas). La primera de ellas constituye sin duda una obra cumbre del horror gótico, y quizás la primera gran historia sobre un licántropo desde una perspectiva moderna (se trata de un «personaje» presente en la literatura desde la antigüedad griega). Por lo que respecta a la figura del licántropo, quizás el antecedente más pertinente sea el penny dreadful «Wagner, the Wher-wolf», publicado entre 1846 y 1847 por el prolífico George W. M. Reynolds, e incluso podemos encontrar una mujer-lobo en un episodio de «The phantom ship», de Frederick Marryat (1837-1839), aunque en realidad el arquetipo no se popularizaría realmente hasta la eclosión de literatura pulp, a comienzos ya del siglo XX, con toda una mitología moderna construida en torno al folclore tradicional. La historia de «The were-wolf» es bastante simple. Una comunidad rural, en un norte inhóspito, recibe la visita de una extraña mujer que se hace llamar White Fell (algo que se podría traducir como Pelambre Blanca, haciendo referencia al abrigo de piel que viste, o más ominosamente como Muerte/Crueldad Blanca). La mujer es recibida amablemente por todos, y en especial por Sweyn, que queda prendado de ella, pero cuando el hermano gemelo de Sweyn, Christian, llega a la granja, descubre las pisadas de un gran lobo deteniéndose ante la puerta, lo que lo hace sospechar de la escondida naturaleza salvaje de White Fell. Sus elucubraciones, por supuesto, son muy mal recibidas por Sweyn, que las interpreta como un ataque de celos, y antes de la medianoche, cuando supuestamente la bestia debería mostrar su auténtica naturaleza, White Fell desaparece de la granja para consternación de casi todos. Poco después, el pequeño Rol, a quien la mujer había concedido sus atenciones, desaparece en el bosque sin dejar rastro, lo que no hace sino alimentar las sospechas de Christian… y ello a su vez alienta el resquemor de Sweyn. Resulta, además, que pese a ser gemelos, los hermanos, como suele ser el caso, no son exactamente iguales. Sweyn es más hermoso, más atlético, posee mayores dotes de liderazgo. Christian, de hecho, sólo le supera en una cosa, como corredor infatigable, pero gracias a una personalidad afable siempre ha aceptado una posición subordinada ante su más favorecido hermano… hasta la irrupción de White Fell en sus vidas. Una nueva visita de la extraña mujer, y tras ella una nueva desaparición misteriosa. Avivan las emociones, y cuando Christian es testigo de las atenciones que White Fell prodiga a Sweyn su preocupación alcanza las más altas cotas, lanzándolo a una persecución que sólo puede calificarse como épica (de hecho, me recuerda vivamente la del relato de Howard «La hija del gigante helado»), y que concluye de forma inexorablemente trágica, con patentes sublecturas alegóricas religiosas (para nada sorprendentes dado el nombre del corredor). En su ensayo «El horror sobrenatural en la literatura», Lovecraft mismo alabó la tensión del relato y la atmósfera casi mítica que sabe evocar, a lo que yo añadiría lo bien escrito que está, el modo en que sabe jugar con las emociones del lector y generar esa sensación de horror a la que toda narración de terror aspira, recurriendo además a un mínimo absoluto de violencia explícita (anque cuando es necesario no se corta un pelo). Al igual que con «Carmilla«, nos encontramos con una imprescindible versión femenina de uno de los monstruos góticos clásicos, aunque por alguna razón la creación de Clemence Housman es mucho menos conocida que la de Sheridan Le Fanu (quizás porque este último escribió muchos más cuentos de terror… quizás simplemente porque Le Fanu era un hombre). También puede leerse sin ningún tipo de dudas como un precursor directo de la espada y brujería (aunque con un nivel literario muy por encima del que sería habitual en el género), con el horror surgiendo tanto de los elementos sobrenaturales como del conflicto psicológico entre los dos hermanos. En cuanto a su faceta feminista, tal vez sorprenda hoy en día esta consideración, pues a fin de cuentas el papel de White Fell no se aleja mucho del de mujer fatal, tan a menudo explotado en décadas posteriores por una ficción a menudo misógina. En el momento en que se escribió «The were-wolf», sin embargo, lo que buscaba era romper con el rol tradicional de la mujer (incluso en el gótico femenino, donde abundaban las «heroínas» que no hacían otra cosa que pensar en casamientos y desvanecerse a la menor ocasión). El propio título del relato es muy indicativo. «Were-wolf» significa literalmente «hombre-lobo» (siendo «Wer» una forma arcaica, anterior a «man», para referirse al ser humano masculino). Aplicado a un mujer, le otorga cierta cualidad masculina, la independiza de la visión de lo femenino impuesta por la sociedad. De igual modo, su crueldad con quienes se relación con ella puede intepretarse como una declaración de independencia con respecto a los hijos (el pequeño Rol), la madre (su segunda víctima) y el esposo (Sweyn). El que a la postre sucumba víctima de una figura alegórica de Cristo sugiere un crítica, muy posiblemente inconsciente, contra el carácter patriarcal

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Annie Ernaux – El lugar

Nombre: El lugar Autor: Annie Ernaux Año: 10 mar 2020 País: Francia Annie Ernaux nació en 1940 en la región francesa de Normandía. Creció en la pequeña localidad de Yvetot y estudió literatura en la Universidad de Ruán. Profesora de esa asignatura en liceos de Annecy y de la periferia parisiense, en la actualidad vive cerca de la capital francesa y trabaja en el Centre National d’Enseignement  par Correspondanse. En Tusquets Editores hemos publicado Pura pasión, La vergüenza, El acontecimiento y El lugar (Premio Renaudot, 1984). En 2019 recibió el Premio Formentor al conjunto de su obra. «El lugar», de Annie Ernaux: Una exploración sobre el duelo paterno Cuando nos salimos del camino marcado, las distancias con quienes nos rodean a veces son insuperables. En abril de 1967, la autora y protagonista, por entonces joven aspirante a profesora de secundaria, supera el examen de capacitación en un liceo de Lyon para orgullo (y recelo) de su padre, antiguo obrero que, procedente del medio rural y tras trabajar duramente, ha acabado convertido en propietario de un pequeño comercio en las provincias. Para ese padre, todo eso significa otro paso adelante en su difícil ascenso social; sin embargo, poco le dura esta satisfacción, ya que fallece dos meses después. Padre e hija han traspasado sus respectivos «lugares» dentro de la sociedad. Pero se han mirado entre sí con suspicacia, y la distancia entre ambos ha ido tornándose cada vez más dolorosa. El lugar se centra, pues, no sólo en los complejos y prejuicios, los usos y las normas de comportamiento de un segmento social de límites difusos, cuyo espejo es la culta y educada burguesía urbana, sino también en la dificultad de habitar en un espacio propio dentro de la sociedad. En El lugar (Tusquets, 2020) Ernaux toma otro episodio autobiográfico para realizar una íntima, y reveladora exploración sobre la compleja, multifacética noción de “lugar”. ¿Existe tal cosa como un lugar determinado? ¿Cómo cambia nuestra percepción de los lugares (físicos, sociales) que hemos habitado, a medida que envejecemos? Estas preguntas se precipitan con la historia de esta narración. En ella, la protagonista, que circula a finales de la década de los 60, ejecuta un cambio de zona al superar el examen de capacitación en un liceo de Lyon, como aspirante a profesora. El contraste de este ascenso social se refleja en la interacción con el padre, quien representa más que un mero pasado rural. Así, la emprendedora narradora provoca las comparaciones entre aquel pasado y la observación social de la urbe capitalina como ideal burgués. Nuevamente, vemos la pericia con la que Annie encapsula los prejuicios de la atmósfera: los ojos vigilantes y controladores siempre están ahí, con su permanente protocolo: el qué dirán es omnipresente. La narración es honesta en reconocer que la escritura ocurre sin alegría. Sin embargo, son las palabras las que le permiten nombrar los límites y las tonalidades de los lugares que habitamos. Estas frases, dice, describen: “el color del mundo donde vivió mi padre, donde viví yo también. Y no tomábamos jamás una palabra por otra”.

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El poema atribuido a Benedetti que te ayudará a recobrar fuerzas si eres infeliz

Fuente: Maru Vázquez – 16 de Julio, 2018 Mario Benedetti es de esos pocos autores que tienen una palabra o un verso completo que logra describir casi cualquier momento de la vida. Si estás pasando por un momento complicado, no te convenceremos de mirar al cielo y sonreír solamente porque respiras, pero imagina esto: ser neurólogo, psiquiatra y esposo y tener que supervivir a la estancia en varios campos de concentración nazis, perderlo todo, incluso al amor de tu vida, y aún así, salir adelante y convertirte en un referente. Si te parece muy descabellado, es seguramente porque no conoces a Victor Frankl, quien aseguraba que “la vida no se hace insoportable por las circunstancias, sólo se hace insoportable por la falta de sentido y propósito”. O dicho de otra forma, asegura que quien tiene un porqué siempre encontrará un cómo. Entonces, ¿en serio crees que no tienes una razón para seguir? Todos hemos tenido días, incluso épocas difíciles, de ésas en que sólo esperas que el tiempo pase y la muerte no te encuentre como a Elvis Presley; y en esos días que incluso dudas de tu existencia, lo último que quieres es que alguien te diga que le “eches ganas”. Pero ¿y si de verdad alguien tuviera las palabras precisas para en serio contagiarte y hacer que tengas ganas de ir por una taza de café, mirarte al espejo y sonreír? Al fin y al cabo no pueden estar equivocados todos aquellos que aseguran que todo pasa, ¿o sí? Mientras lo descubres y pasan lunas, pierdes “amigos”, encuentras consuelo, te enojas, te cansas y empiezas de nuevo. Por eso tienes que leer este poema de Mario Benedetti y quizá también éstos de aliento, en los que encontrarás las palabras para seguir, un día a la vez, mientras aceptas que no volverás a ser quien eras, porque crecer es parte de evolucionar. No te rindas No te rindas, aún estás a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo, aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo. No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros, y destapar el cielo. No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda, y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma aún hay vida en tus sueños. Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo porque lo has querido y porque te quiero porque existe el vino y el amor, es cierto. Porque no hay heridas que no cure el tiempo. Abrir las puertas, quitar los cerrojos, abandonar las murallas que te protegieron, vivir la vida y aceptar el reto, recuperar la risa, ensayar un canto, bajar la guardia y extender las manos desplegar las alas e intentar de nuevo, celebrar la vida y retomar los cielos. No te rindas, por faror no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños porque cada día es un comienzo nuevo, porque esta es la hora y el mejor momento. Porque no estás solo, porque yo te quiero.

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Lilith, la demoniaca primera mujer que abandonó a Adán según la tradición judía

Algunas interpretaciones rabínicas aseguran que durante la creación aparece insinuada una tercera presencia humana, Lilith, que hunde sus orígenes en la tradición mesopotámica. El Judaísmo no la ha deificado, pero la ha empleado para introducir el concepto del mal ligado al erotismo femenino «Y de la costilla que Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces a Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada», relata el libro del Génesis sobre la creación bíblica de la primera mujer en la faz de la tierra, Eva. No en vano, una extendida interpretación rabínica considera que la referencia, en un versículo anterior, a que «Dios creó varón y hembra los creó» significa que hubo otra mujer antes, la cual terminó abandonando el Paraíso. Según esta tradición judía, Lilith es esa mujer que precedió a Eva, y que, una vez lejos de Adán, se convirtió en un demonio que rapta a los niños en sus cunas por la noche y una encarnación de la belleza maligna así como la madre del adulterio. Más allá de esta tradición hebrea, el origen del mito de Lilith parece contar con raíces sumerias o acadias. En concreto había en Mesopotamia, según el arqueólogo británico Reginald Campbell Thompson, un grupo de demonios femeninos derivado de la criatura Lilitú (Lilu, Lilitu y Ardat Lili) con unas características que responden a esta figura mitológica: eran mitad humanas y mitad divinas, usaban la seducción y el erotismo como armas; y la noche era su hábitat natural. Todos estos súcubos, en cualquier caso, tenían las cualidades de lo que luego se ha representado como los vampiros, aunque cubiertos de pelo, y derivaban de la palabra «viento» o «espíritu». Esta tradición habría pasado más tarde a la cultura judía a través de los semíticos residentes en Babilonia. Los judíos adaptaron así al hebreo el nombre de esta criatura maligna hasta vincularlo posiblemente a la palabra «laila» (traducido como noche). Lilitú perdió varias cualidades con su versión hebrea, como es su carácter divino, pero adquirió una personalidad más compleja. Su presencia es frecuente en el folclore y los textos del Judaísmo, entre ellos el Génesis, según defienden algunas interpretaciones rabínicas. Así, frente a las dudas que ha generado el fragmento del Génesis «y creó Dios al hombre (Adán) a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó», han surgido interpretaciones de diferentes rabinos a lo largo de la historia que plantean que, o bien Adán fue creado inicialmente como un andrógino –que poseía un cuerpo femenino y uno masculino unidos por la espalda–, o, como recoge repetidas veces en su obra el mitólogo inglés Robert Graves, hubo otra mujer antes que Eva, la rebelde y lujuriosa Lilith, que finalmente abandonó el paraíso. «Yo también fui hecha con polvo» Según el Yalqut Reubeni –una colección del siglo XVII de midrashim (interpretaciones de textos antiguos) por el rabino Rubén Hoschke Kohen–, « Dios formó a Lilith del mismo modo que había formado a Adán, aunque utilizó inmundicia y sedimento en lugar de polvo puro». La inmundicia habría convertido a esta criatura en un demonio del que, a su vez, nacieron otras criaturas malignas que «todavía atormentan a la humanidad». Estos demonios hembras se dedicaban a atacar a las madres durante los partos con el fin de robar al recién nacido para luego matarlo, como retrata un sello cilíndrico expuesto en el Museo de Oxford. En este sentido, existe otra interpretación que presenta a Lilith como una criatura igual a Adán, hecha de polvo puro, que se rebela contra los designios divinos y muestra un marcado carácter. En el Alfabeto de Ben Sira (escrito entre el siglo VIII y el XI), se narra cómo Lilith se resistió a yacer por debajo de Adán: «¿ Por qué he de yacer debajo de ti? Yo también fui hecha con polvo y por tanto, soy tu igual», afirmó Lilith, que, al ser forzada por Adán a obedecerle, pronunció el nombre de Dios en vano y decidió abandonar el Edén con dirección al Mar Rojo. Esta versión de Lilith se ha emplazado como una representación de las mujeres canaaneas y su visión de las relaciones sexuales en un periodo, hacia el 586 a.C, en el que se fusionaron parcialmente los panteones propios de los canaanitas con los hebreos. De esta manera, la demonización de Lilith es una crítica a las prácticas de las mujeres canaaneas dadas a mantener relaciones sexuales pre-matrimoniales y a una sexualidad más abierta que la mostrada por las hebreas. Lilith es el demonio rebelde, el mal ejemplo que precedió a Eva, más obediente a lo que Adán esperaba de una mujer. No en vano, algunas de las cualidades de esta versión de Lilith parecen haberse inspirado en el principal culto femenino de los canaanitas –el pueblo que según el Antiguo Testamento conquistaron los judíos tras el éxodo por el desierto–, Asheráh, diosa de los partos y la fertilidad. Tras abandonar el paraíso, Lilith se asentó en la costa del Mar Rojo. Esta región se caracterizaba, según esta tradición mitológica, por la presencia de innumerables demonios, con los cuales engendró nuevas criaturas, «a razón de más de cien por día». Ante este hecho, Dios envió a un grupo de ángeles para exigirla que volviera con Adán: «Regresa con Adán de inmediato o te ahogaremos». A lo que ella respondió que ya no podía regresar porque «Dios me ha ordenado que me haga cargo de todos los recién nacidos, de los niños hasta el octavo día de vida (el de la circuncisión) y de las niñas hasta el vigésimo día». Finalmente, Dios permitió vivir a Lilith, pero la castigó haciendo que cientos de sus hijos demoniacos perecieran cada día. Desde entonces, la hermosa criatura se propuso matar a todos los hijos de Adán y a todas las madres durante el nacimiento y los días siguientes al parto. Lamia, cuerpo de dragón y esencia de Lilith La leyenda Lilith es posiblemente también el origen del popular mito griego de la reina Lamia, que, tras matar a sus propios hijos por culpa de un engaño de Hera, sintió envidia de las otras madres y se dedicó a devorar a sus

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